Dr. Rafael M. Moscoso P. (1874-1951)

Datos Biográficos

por Dr. José de Jesús Jiménez

Artículo publicado en los Anales de la Universidad de Santo Domingo (Nov. 24, 1952; p. 353-377) y luego en Moscosoa 1:1-15. 1976. Esta transcripción es basada en esta última publicación. (Nota: En honor al autor, este artículo fue transcrito lo más exacto posible. Algunas “aparentes” faltas ortográficas, no son incorrectas de acuerdo a las normas de escritura de la época)

Busto de Moscoso Jardin Botanico

El año 1874 estaba en sus albores. Había transcurrido siglo y cuarto desde que Linneo el “Padre de la Botánica” publicara su mundialmente famoso sistema sexual, el cual aunque cómodo para la identificación de las plantas ya conocidas, ofrecía la desventaja de no mostrar las relaciones filo-genéticas de ellas entre sí, razón por la cual una pléyade de brillantes botánicos proponían nuevos sistemas de clasificación en cuya estructura fundamental se reflejara el plan maravilloso que había seguidola Naturaleza en la creación de las especies.

Antoine Laurent de Jussieu, Augusto Priamo De Candolle, su hijo Alfonso, Roberto Brown, Endlicher, Brogniart, Lindley, Bentham y Hooker, etc., etc., se contaban entre los precursores de la nueva reforma de la Sistemática.

En este año de 1874, ya Augusto Wilhelm Eichler contaba 35 años. Un año después veía la luz su propio método de clasificación en el cual sentaba los rudimentos del primer sistema basado en las afinidades filogenéticas de las plantas.

Adolfo Engler frisaba en los 30. 13 años después apareció su colosal obra Die Natürlichen Pflanzenfamilien escrita en colaboración con Prantl, la que duró doce años para completarse.

Esta obra está basada en su sistema, denominado engleriano, el cual con ligeras variantes ha sido adoptado por casi todos los botánicos actuales.

El austríaco Richard von Wettstein estaba aún en sus 12; Hans Hallier apenas en sus 6; Karl Christian Mez en sus 8 y Alfredo Barton Rendle, co—autor de la Flora de Jamaica en sus 9; Charles E. Bessey, el primer americano que contribuyera con sus estudios al mejor conocimiento de las relaciones filogenéticas de las plantas, atravesaba los 29.

La figura patriarcal de Asa Gray, considerado con justa razón el botánico americano más grande de su tiempo, brillaba con luz propia en sus prolíficos 64.

En ese mismo año, la simbólica cigüeña que repartía entre los pueblos predestinados aquellos recién nacidos que andando el tiempo serían luminarias en el firmamento de la Botánica, enderezó el vuelo hacia nuestra Isla y depositó en una humilde cuna su preciosa carga. Era el 17 de febrero de 1874. Esto ocurría en la vetusta ciudad de Santo Domingo de Guzmán, hoy Ciudad Trujillo, en el sitio denominado ”La Cruz de Regina”, actualmente casa No. 48 de la Calle Padre Billini a esquina Sánchez.

Ese tierno niño, que pasado los años llegaría a ser eminente naturalista, que llenaría con sus brillantes investigaciones páginas imperecederas en el insaciado libro de la Ciencia, era Rafael María Moscoso. Fué el sexto vástago de una familia que ha dado al país prominentes ciudadanos y connotados cultivadores de las diversas ramas del saber humano.

No pretendo hacer un análisis detallado del árbol genealógico de su familia para demostrar que su rara inteligencia y vocación para el estudio de la Naturaleza provenía por pases sucesivos de antecesores, que en sus épocas respectivas, se contaron entre los intelectuales preclaros más sobresalientes en el panorama tanto científico, literario como religioso de la República Dominicana.

Sin embargo, no puedo callar dos nombres ilustres: el Dr. Juan Vicente Moscoso y el Padre Elias Rodríguez y Ortiz.

El primero (1773—1837) distinguido jurisconsulto, apellidado en más de una ocasión “el Sócrates dominicano”, fué el cuarto Rector de nuestra Universidad durante los años de 1818 a 1819. Conjuntamente con el Arzobispo Valera emigró a la vecina Isla de Cuba en 1830 a causa de la dominación haitiana, hecho notable que pone de relieve la esquisitez de su acendrado patriotismo, abrazándose al destierro voluntario antes que doblegar su cerviz al férreo yugo de los usurpadores.

El segundo, hermano de su abuela paterna fué “sacerdote dominicano de gran ilustración, notable orador forense y político, organizador y Rector del Seminario Conciliar de Santo Tomás de Aquino en 1848, y más tarde, en 1856, obispo auxiliar de Santo Domingo y titular de Flaviópolis, escribió una obra de Botánica, didáctica o sistemática, cuyo manuscrito, así como otros trabajos científicos y literarios, inéditos, se perdieron. El Padre Elias Rodríguez viajó por casi toda la República en su calidad de Cura de Almas que fué de varias parroquias de la Arquidiócesis dominicana, y residió varios años en Haití. En algunas de las obras botánicas que formaban parte de su rica biblioteca, aparecían notas al margen sobre plantas recolectadas por él en el vecino Estado*’ (Moscoso, Catalogus Florae Domingensis, pág. XXX).

Supongo que los primeros años de la niñez de Don Fello fueron similares a los de otros niños crecidos en ambientes citadinos. Sin embargo, a la temprana edad de sus ocho años ya dió muestras de la vocación a cuyo sacerdocio le dedicaría toda su vida. Un día vió otro niño con un pequeño libro. Curioso le pidió que se lo mostraira y ¡oh revelación, era un textico de Botánica con algunos dibujos de plantas. En el acto, guiado por un secreto designio le propuso comprárselo por algunos centavos. El otro accedió, sin sospechar siquiera que era él el primero que hacía germinar la simiente de un futuro sabio.

Este pequeño episodio de gran significación en la vida de este consagrado al estudio de la Naturaleza, muestra palpablemente cuán honda en sus entrañas debía estar la raigambre de su vocación.

Su padre, soldado de la Independencia a los 20, se esforzó en dar a sus hijos una educación esmerada.

Rafael fué inscrito en la Escuela Preparatoria en 1884 y dos años más tarde ingresó en la Escuela Normal, dirigida entonces por el sabio educador Don Eugenio María de Hostos, el venerado Maestro por quien sentía gran admiración y respeto. En 1889, a la temprana edad de 15 años fué investido con el título de Maestro Normalista, el cual le fué entregado un año después, el 28 de septiembre de 1890, porque no tenía aún la edad reglamentaria de 16 años que se exigía en esa época con tal motivo.

Cuando ingresó a la Escuela Normal, ya su afición a las ciencias naturades, con especialidad a la Botánica, así como también a las ciencias físico—químicas, se había perfilado, y prontamente fue señalado por el Sr. Hostos para dirigir los experimentos de Química en los cursos prácticos de la Escuela.

Al iniciarse las clases de Botánica en el curso teórico al cual pertenecía, fué él quien enseñó a sus compañeros la morfología vegetal, pues el profesor sólo conocía teóricamente esta ciencia y no podía distinguir los órganos claramente. Entretanto dicho profesor se aprovechaba para dormir plácidamente, confiado en que su labor se llevaba a cabo cabal y eficazmente.

Dr. Rafael Moscoso

Según la opinión de uno de sus condiscípulos, el Prof. Luis E. Aybar Delgado, fué Don Pello “desde muy niño uno de los estudiantes más brillantes y en el corazón de maestros y condiscípulos, dejó impreso el muy grato recuerdo de su precoz avance profesional. Su vida estudiantil fué toda la de un privilegiado del talento”.

En 1891 conoció por primera vez la ciudad donde vería nacer todos sus hijos y donde se deslizaron sus mejores años de actividad científica: Santiago de los Caballeros. Aquí se había establecido su familia, pero debido a fuertes quebrantos de salud de su padre, tuvieron que regresar rápidamente a la Ciudad Capital.

Sus primeras herborizaciones comenzaron en la Ciudad Primada allá por el año 1887, cuando apenas contaba 13 años de edad, es decir, 2 años antes de graduarse Maestro Normal. Le sirvió de base para sus estudios la notable obra Systema Vegetabillium de Kurt von Sprengel, que él había encontrado en la biblioteca de su tío el Padre Elías Rodríguez.

El hecho significativo de que durante esa época no existiesen ni instituciones ni personas que cultivasen el estudio de la Botánica, pone muy de relieve la fuerte inclinación natural del futuro científico y explica claramente el porqué de su consagración y entusiasmo con que abrazó esos estudios, en los cuales no desmayó ni por un solo instante en todo el curso de su vida.

Para que se tenga una idea de hasta qué punto amaba las plantas, relataré el siguiente episodio: Una semana antes de su muerte, recién llegado yo de New York, fui a visitarle. Su cuerpo, minado ya por cruel y larga enfermedad, era una sombra de lo que había sido, pero su mente conservaba aún el destello de otros tiempos. Se incorporó a duras penas sobre su lecho y tuvo fuerzas para preguntarme por amigos suyos, botánicos americanos a quienes había conocido cuando fué a los Estados Unidos a publicar su obra. Hablamos de Botánica y comisionó a uno de sus hijos para que me enviase una planta para su correcta identificación. Al siguiente día cayó en cama y ya no volvió a hablar más.

Sus últimas palabras y sus últimos pensamientos los dedicó a la pasión de su vida! Estas herborizaciones, que como dije comenzaron en la Ciudad Primada, se continuaron después en la común de San José de Las Matas en cuyos alrededores recolectó las plantas que le sirvieron más tarde para publicar su primera obra “Las Familias Vegetales representadas en la Flora de Santo Domingo”.

Entre las principales áreas donde hizo el Naturalista sus recolecciones puedo citar las siguientes: alrededores de la Ciudad de Santo Domingo; alrededores de Santiago de los Caballeros; en la Provincia de San Pedro de Macorís; en la de Puerto Plata; Diego de Ocampo: en todo el macizo montañoso de la Cordillera Central incluyendo Jarabacoa hasta Constanza; en la Provincia de Monte Cristy; etc., etc.

Además de los datos botánicos que recogía en primer lugar, anotaba también observaciones sobre Geografía Botánica, Geología, Ecología de las plantas y Ornitología. Nada se escapaba a su mirada escrutadora. Sólo hay que lamentar que una vida entera no alcance para estudiar y escribir lo que se ve y se investiga! Desde su juventud ocupó cargos cuya responsabilidad exigió personas de consabida competencia intelectual. Con excepción de dos o tres cargos, los otros giraron alrededor de la Enseñanza.

En 1895, a 8 de agosto, fué nombrado Director de la Escuela Trinitaria de la antigua ciudad de Santo Domingo de Guzmán y 3 años después vino a vivir a San José de las Matas con su hermano el Presbítero Manuel de Js. Moscoso, quien residía allí desde 1895 como Pastor de Almas.

Este hermano representó en su vida un colaborador asiduo en sus excursiones y en sus herborizaciones. Me refería Don Fello como aquél le complacía en todos sus deseos, como le ayudaba a preparar plantas, a matar aves para disecarlas, etc., en fin mostraba también esa fiebre de saber que es común a todos los que llevan el apellido Moscoso.

Residiendo todavía en la referida ciudad de San José de las Matas fué nombrado Sub—Delegado de Hacienda el 22 de diciembre de 1904.

De esa ciudad partió hacia Santiago de los Caballeros en el curso del año 1907 a donde llegó en el mes de agosto, para ocupar el cargo de Inspector de la Escuela Normal, siendo a la sazón Director de ella Don Eliseo Grullón. Por renuncia de éste, al siguiente año pasó Don Fello a la Dirección de la misma Escuela.

El primero de octubre de 1908 se fundó en esta ciudad “El Noticiero”, que fué un “Diario de información e intereses generales, eco de la opinión y la prensa”, cuyo Editor— propietario lo fué Don Ulises Franco Bidó. El último número de dicho Diario apareció el 3 de abril de 1909, habiéndose editado un total de 154 números.

Durante todo ese tiempo fué Director—Redactor de ese periódico Don Rafael Moscoso, quien poseía grandes dotes literarias. He podido leer algunos ensayos líricos—literarios escritos durante su permanencia en San José de las Matas.

En 1909 casó con la señorita Lucila Cordero Infante, con la cual procreó una numerosa familia, en cuyos miembros se nota una disposición natural, para el estudio y una marcada lucidez intelectual en sus profesiones u oficios.

Esta virtuosa mujer, cuya laboriosidad no conoce límites, fué el apoyo material y espiritual que necesitó el sabio para dedicarse de lleno al estudio y a la redacción de sus libros y artículos. Lo acompañó hasta que se escapó de su boca el último aliento de su vida! Renunció la Dirección de la Escuela Normal el 3 de septiembre de 1911 para desempeñar seis días después la Dirección de la Granja Escuela del Departamento Sur radicada en la ciudad de San Cristóbal.

Vuelve de nuevo a la Dirección de la Escuela Normal de Santiago el 6 de febrero del año 1913 y más tarde, dos años después, el 15 de junio de 1915 fué nombrado Miembro del Consejo Provincial de Educación de la misma ciudad.

El 8 de enero de 1920 es designado Examinador de la Comisión del Servicio Civil, y más luego, en 1922, Administrador del Hospital Civil “San Rafael” de Santiago de los Caballeros.

En el mismo año de 1920, el 23 de diciembre, le fué expedido su exequatur de Farmacéutico, siendo Gobernador Militar de la República Dominicana el americano Sr. Thomas Snowden.

Desocupado ya el país por los americanos, en el año de 1924, se le asignaron algunas misiones importantes, cuyo desempeño le causó gran placer y satisfacción por encajar ellas en los estudios de su predilección.

Una de estas misiones fué motivada por la visita a nuestro país del Comisionado de Agricultura y Trabajo de Puerto Rico, Sr. Carlos E. Chardón, en viaje de estudio y recreo. En un cambio de impresiones que tuvo este Sr. con nuestro Gobierno, se conoció de la posibilidad de llegar a un entendido con la vecina República de Puerto Rico para traer a la nuestra una inmigración de familias de agricultores y al mismo tiempo estudiar la Administración puertorriqueña que en esa época era considerada como un dechado de perfección irreprochable.

Con ese motivo la Secretaría de Agricultura e Inmigración de nuestro país creó una comisión compuesta por los señores Don Jaime Vidal, Don Manuel Tavares Julia, Don Martín Moya, Dr. M. A. Garrido y Don Rafael Moscoso. No entraré en los pormenores de esta comisión, agregando solamente que rindieron una labor meritísima siendo por ello felicitados calurosamente por el Gobierno.

En ese mismo año fué designado también para la Intendencia de Enseñanza del Departamento Norte, cargo que desempeñó con todo el celo que siempre desplegaba en todas sus actividades.

Posteriormente, en 1925, fue asignado para el Observatorio local de Meteorología de Santiago. Conocía a fondo esta Ciencia que profesaba desde sus mocedades y a la cual dedicó largas horas de estudio y observación. Sobre este tema escribió un folleto sobre **Los Ciclones” donde el autor revela acuciosidad y perseverancia.

Siempre fué un enamorado de la enseñanza, a la cual consagró una gran parte de su vida. Como Maestro fué un erudito. Tengo el testimonio de muchos intelectuales que fueron sus discípulos. Dotado de una gran memoria dominaba las ciencias físico— químicas, las matemáticas j la gramática castellana, la geografía y la historia.

Cuando yo le conocí en 1936 poseía una Farmacia radicada en la esquina sureste de las calles Duarte y General Cabrera. Otras veces ejercía su profesión en varias Farmacias de la ciudad, labor que finalmente abandonó para dedic2irse en cuerpo y alma a sus investigaciones científicas en el dominio de la Botánica, ciencia que le absorbió la vida entera y que le crearon la admiración de propios y extranjeros. Desde 1936 a 1941 escribió extensamente sobre lo que constituiría la base de sus publicaciones ulteriores.

El esfuerzo y la consagración de toda una vida a la ciencia pura, a la que sólo produce satisfacción al que la posee, la que no exige remuneración material, la que profesan los verdaderos sabios, debían al fin tener su merecido galardón.

Al crearse el Instituto de Botánica como parte integrante de nuestra Álma Máter, el Presidente Trujillo, reconociendo su alta capacidad, lo nombró para su Dirección el 15 de abril de 1941, la cual desempeñó hasta su muerte.

Llegó con este nombramiento la oportunidad por tantos años codiciada de publicar sus estudios, la ilusión de toda una vida, después que se traspasan los umbrales de la juventud.

Con este fin se trasladó a la ciudad de Nueva York, enviado por la Universidad de Santo Domingo, donde al cabo de un año de esfuerzo titánico se editó su obra cumbre: “Catalogus Florae Domingensis”, cuyo análisis somero hago más adelante.

En 1944, año del Centenario Patrio, en fecha 18 de enero en sesión solemne del Cláustro Universitario, siendo Rector don Julio Ortega Frier, fué acordado conferirle el título de Doctor Honoris Causa en Filosofía, “apreciando la eminente labor científica por él realizada en provecho de la cultura patria, que le ha hecho acreedor al reconocimiento general”.

Un año después, el 22 de marzo de 1945, fué nombrado Catedrático Numerario de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Santo Domingo. Sintió gran satisfacción por estos honores aunque jamás hizo alarde de ellos. Vió en esto el premio espiritual a que son acreedores, los que como él habían puesto lo mejor de su vida al engrandecimiento patrio! Era Don Fello persona consagrada al culto del hogar. Jamás se le vió distraer su tiempo en las frivolidades mundanas y guardaba veneración para sus amigos de valer, para los que fueron sus maestros, para los hombres que impulsaron con su saber las Ciencias Naturales.

Hostos, Linneo, De Candolle y Humboldt ocupaban lugar preferido en el fondo de su alma y en las reconditeces de su pensamiento. Cuando hablaba de ellos su cara transfiguraba profundo respeto y grandísima admiración.

Creo firmemente que más allá de la muerte, el monumento más formidable que erigírsele pudiera a los sabios desaparecidos, lo constituiría la veneración ilimitada que los sabios vivos les han erigido dentro de su propio corazón!

Amaba la verdad sobre todas las cosas, con exclusividad la verdad científica.

En el fondo de todas las actividades del espíritu humano está por encima de todo la investigación de la verdad. Las religiones y las ciencias buscan con finalidad primordial la causa íntima de las cosas, es decir, buscan la verdad. Que aún estemos muy lejos de ella, no es culpa nuestra, sino de la imperfección de nuestras inteligencias. Sin embargo, la mente del hombre sigue trabajando asiduamente, y vida tras vida, ininterrumpidamente, se van acumulando los datos que poco a poco, nos van acercando a ella.

El ansia de conocer la verdad acompaña al hombre desde su más tierna niñez. Yo diría que germina y se desarrolla paralelamente con la ontogenia del ser. El niño todo quiere saberlo, y los porqué con que continuamente importunan a todo el mundo, no es más que la manifestación inconsciente, ya a esa edad, de un infinito deseo psíquico de conocer la verdad. No es por instinto de destrucción que ellos pulverizan sus juguetes. Es para saber cómo están hechos, qué hay dentro de ellos. Es para satisfacer esa curiosidad innata que todos traemos al mundo, curiosidad que es sólo la simiente de lo que más tarde constituirá esa carrera vertiginosa que lleva al hombre a hurgar lo desconocido para arrancarle la verdad.

En unos, esa simiente crece, se desarrolla y fructifica. Esos serán los privilegiados, los ungidos de las ciencias y de las religiones.

En otros esa simiente se atrofia y muere. Pasarán por la vida como otros tantos y su memoria se perderá en el vacío de los tiempos.

En Don Fello la investigación de la verdad científica en lo que concierne a la Historia NaturaJ alcanzó alturas insospechadas como lo demuestran sus obras y sus escritos.

Un sencillo ejemplo pondrá de manifiesto la exactitud de esta aseveración: una vez hice que le enviaran material de un curioso árbol cultivado en la finca del Lic. José Cabral en Villa Mella, el cual en Panamá, de donde es oriundo, lleva el nombre de Palo de Vela por la forma de sus frutos y por científico Parmentiera cerífera Seemann. Veamos lo que me dijo él, al respecto, en su carta del 2 de agosto de 1950: “No me parece que Seemann estuvo muy feliz al llamarle cerífera a la especie panameña, pues como Ud. sabe, cerífera es lo que lleva o produce cera, y lo que él quiso expresar es que los frutos semejan velas de cera. En este caso, la palabra específica debió ser Parmentiera candelae o candelas, esto es, que lleva velas”.

Ya de regreso de Nueva York y repuesto de una delicada intervención quirúrgica se entregó por completo a la reconstrucción del Herbario de la Universidad.

Con los restos de las plantas de Fuertes y Ekman, con los duplicados de mis colecciones que yo periódicamente le enviaba; con los duplicados que también le enviaron los Dres. H. A. Allard y Richard A. Howard, botánicos americanos que herborizaron extensamente en nuestro país, y con las plantas que él personalmente recolectó fué formando poco apoco el actual Herbario del Instituto Botánico adscrito a la Universidad, donde se pueden admirar raros especímenes de nuestra ubérrima tierra quisqueyana.

En el año del Centenario exhibió él, en una hermosa exposición en la Universidad, las plantas más notables de dicho Herbario.


Seguir a Parte 2: Sus escritos y sus obras.