Moscoso – El Sabio

Dr. Rafael M. Moscoso P. (1874-1951)

El Sabio

Holgaría todo comentario sobre la recia contextura científica del biografiado, si no me propusiera insistir en algunos aspectos de su personalidad hasta ahora poco conocidos. Bastaría con sólo pasear la mirada sobre la vasta bibliografía que acabo de enumerar y por la diversidad de asuntos tratados como por la calidad de sus escritos se llegaría a la firme conclusión que Don Rafael M. Moscoso era un sabio en toda la extensión de la palabra.

En 1901, estando aún en San José de las Matas, fué a visitarle Don Pancho Henríquez y Carvajal, quien en ese momento acompañaba al Presidente Jiménez.

Esta visita fué a nombre de dicho Presidente para ofrecer al joven naturalista una beca para enviarlo a ampliar sus estudios en Ciencias en la Escuela Politécnica de París.

En esa época escribía su Geografía y estaba tomando datos para una Flora extensa de la República Dominicana, razones que lo movieron a declinar tan merecida como generosa proposición.

Una vez más triunfaba el amor a sus plantas nativas; era un sacrificio más en aras de su tierra; era el pulpo gigantesco de la Naturaleza dominicana que lo envolvía con tierno pero apretado abrazo para no soltarlo jamás!

A pesar de que sus trabajos están “bellamente escritos” como dice Max Henríquez Ureña en su Panorama Histórico de la Literatura Dominicana, él nunca se sintió del todo satisfecho de su redacción. Antes de dar un escrito a la publicidad, los leía y releía y se cuidaba mucho que no se deslizaran errores de bulto. Por cada artículo que publicaba en los periódicos, prácticamente se mudaba a la imprenta.

Cuando yo le encontré por primera vez, era yo estudiante de la Escuela Normal. Uno de mis maestros hablaba tan elogiosamente de su erudición y talento que sentí honda curiosidad por conocerle. Junto con un grupito de compañeros de curso fuimos a hacerle una visita a su casa de familia, la que estaba radicada entonces en la calle Luperón de esta ciudad, frente al Parque Colón, donde se encuentra hoy el Despacho Parroquial de la Iglesia de Nuestra Señora de la Altagracia.

En una de sus habitaciones tenía un taller con toda clase de utensilios para mecánica y carpintería. El fabricaba toda clase de aparatitos de Física y nos mostró un pequeño radio hecho por él con el cual escuchaba por telegrafía sin hilos los mensajes de los barcos que cruzaban por el norte de la Isla. Nos enseñó también otro aparato de reducido tamaño que no he podido recordar para que uso lo tenía destinado y que no quiso patentizar.

Dibujaba maravillosamente. Traducía y escribía inglés, francés y latín científico y además traducía algo del alemán. Conocía a fondo Historia y Geografía; dominaba la Meteorología y sabía bastante de Astronomía, Geología, Electricidad, Zoología en general. Radio y Fotografía.

Durante su permanencia en San José de las Matas hizo colecciones de aves que disecaba y conservaba; recolectó minerales y conchas de Moluscos que enviaba al Museo de Historia Natural de París del cual era Miembro Corresponsal; estudió insectos y animales diversos.

Sus opiniones sobre Botánica eran tomadas en cuenta por Botánicos de la talla del profesor Bailey. En la visita que nos hizo éste en Santiago, Don Fello y yo le acompañamos a Gurabo donde él quería recolectar material de nuestra Palma Real (Roystonea hispaniolana Bailey) y de nuestra Palma de Cana (Sabal umbraculifera Martius).

Recuerdo que le consultó aquel sabio a Don Fello cuál era su opinión sobre las diversas especies del género Sabal que habían sido descritas en nuestra Isla, a lo que mi amigo y Maestro le contestó: que él entendía que sólo había una especie única. Más tarde en un ejemplar de Gentes Herbarum, publicación privada del sabio americano, éste escribió lo siguiente: “en la suposición de que la especie predominante es única, estoy reforzado con la opinión del profesor R. M. Moscoso, de Santiago de los Caballeros, quien ha estudiado por largo tiempo las plantas de Santo Domingo y que ha completado ya un Catálogo de la Flora de ese país”.

Recuerdo también que Don Fello le expresó su opinión de que nuestra Palma Real ya citada era una especie distinta de la Palma Real cubana (Roystonea regia Cook), por la descripción que de ésta hace Humboldt, cuya descripción había Don Fello comparado con la de nuestra especie y había encontrado diferencias notables entre las dos. En la misma publicación citada la describió Bailey como una especie nueva endémica de nuestra Isla.

Siempre puso en duda el total de las especies urbanianas, las cuales encontraba excesivas y esperaba que una revisión concienzuda refundiría muchas de ellas consideradas distintas por el eminente sabio alemán.

Encontraba también exagerada la tendencia de algunos botánicos americanos a crear especies nuevas basándose en caracteres triviales.

No sé si era original de él la frase siguiente que siempre repetía: “sabio no es aquél que debe saberlo todo, puesto que esto es imposible; sabio es aquél que sabe dónde se encuentra todo”.

Perteneció a diversas sociedades científicas extranjeras. Era miembro de la Sociedad Astronómica de Francia, corresponsal del Museo de Historia Natural de París, de la Sociedad Cubana de Historia Natural, etc.

En su Catalogus propuso las nuevas especies y variedades siguientes:

  • Roystonea hispaniolana Bailey forma altissima R. M. Moscoso PALMA CARUTA.
  • Alpinia antillarum R. et Sch var. grandiflora R. M. Mosc.
  • Alpinia antillarum R. et Sch var. puberula R. M. Mosc.
  • Alpinia densiflora (Urb.) R. M. Mosc.
  • Achyranthes geniculata (Urb.) R. M. Mosc.
  • Poitea galegoides Vent. var. erectiflora R. M. Mosc.
  • Oxalis corniculata L. var. domingensis R. M. Mosc.
  • Adelia tenuifolia (Urb.) R. M. Mosc.
  • Ilex Macfadyenii (Walp.) Rehder var domingensis (Loes.) R. M. Mosc.
  • Abutilon Croizatianum R. M. Mosc.
  • Bidens Hostosianus R. M. Mosc.
  • Mimusops domingensis (Pierre) R. M. Mosc.
  • Aeschrion selleana (Urb.) R. M. Mosc.

El fué el primero que citó para la República Dominicana el Funde (Digitaria exilis Stapf.) y el Maní Congo (Voiandziea subterranea (L,) Dup— Th.) como también muchas otras plantas nativas y exóticas cultivadas en el país.

Tras larga y cruel enfermedad, a la edad de 77 años, el 12 de octubre de 1951, se apagó para siempre la luz de su vida y el fanal de su inteligencia.

Sus familiares y amigos perdieron un inestimable camarada, el país uno de sus hijos más preclaros y la Ciencia le ofrendó un puesto eterno en el templo de la Inmortalidad.

Sus despojos mortales yacen en tierra cumpliendo su última voluntad; un bello césped de Dichondra repens cubre su tumba a manera de viviente sudario y una palmera de nuestras lomas, la Bactris plumeriana, especie que él había admirado tanto, se yergue majestuosa a su lado, y a cuya sombra duerme el sabio naturalista su sueño eterno arrullado por la brisa que retoza con sus frondes.

Noviembre 24, 1952.


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