De Puerto Plata al Pico del Valle Nuevo
Viaje del Barón H. Eggers, por el Interior de Santo Domingo en el Año 1887
Biografía de Eggers
Publicado en el Boletín de Petermann, T. 1, 1888. Traducido al español por Carlos Nouel y Alejandro Llenas, se publicó en El Porvenir, Puerto Plata, en junio de 1888, Nos. 768-773. Reproducido con notas del Dr. Alejandro Llenas y del Pbro. Dr. Apolinar Tejera (indicadas con A.T.), en la revista La Cuna de América, S.D., 1909, que es el texto que se presenta aquí (con la ortografía actualizada para más fácil comprensión). Notas de José E. Marcano señalizadas con letras e indicadas con J.E.M.
En otra ocasión haré un trabajo más largo sobre mi viaje por Santo Domingo, para tratar especialmente de sus condiciones sociales y de su agricultura. Hoy daré un mero apunte acerca de mis investigaciones en la parte del interior, que hasta ahora estaba casi desconocida. Al cabo de una permanencia de tres semanas en Puerto Plata, costa del norte, durante la cual hice la ascensión de la loma Isabel de Torres (770 M.), [ver nota 1 al final] y estudié la flora de los alrededores, el 2 de mayo del 1887 salí hacia Santiago, atravesando la serranía de Monte Cristi. Aunque es camino de mucho tráfico entre el rico interior y el puerto principal de la República, por el cual pasa casi la mitad de las importaciones y exportaciones del país, sus condiciones son tales, que solamente lo pueden andar animales de carga, y eso a condición de que no llueva demasiado. Durante la estación de las lluvias, en el invierno, las comunicaciones entre el interior y la costa, permanecen a veces interrumpidas por varias semanas, aunque la distancia sólo sea como de 50 kilómetros, la que estando secos los caminos, se puede recorrer en un día.
Después de haber pasado el pequeño arroyo de San Marcos, se sube la cuesta del mismo hasta una elevación de 360 metros. Luego se baja, y se pasa por unos llanos pantanosos, al través de bosques, en medio de los cuales se ven algunos ranchos, hasta que se llega al río Bajabonico (100 metros). Este tiene un cauce muy ancho, y sus crecientes son a veces considerables en tiempo de lluvias. Cuando lo crucé, sólo tenía medio metro de agua. De aquí sube el camino poco a poco. Dejados los Llanos de Pérez, y casi siempre al través del bosque, se llega, recorridos 325 metros, al lugar de Altamira. Allí pernocté. En el monte, cerca de Altamira, crece entre otras plantas una vainilla de vaina corta. La fruta, aunque muy aromática, no es objeto de cosecha para los habitantes. De ese pueblecito sube el camino hasta el alto de La Cumbre (670 metros); y baja después, pasando por el Aguacate y el Limón (440 metros), lugar que tiene algunas casas muy decentes. Saliendo de allí se atraviesa el valle estrecho del arroyo Las Lavas, que se vadea varias veces; y se llega, con una altitud de 200 metros, al llano de la extensa Vega Real.
La sierra de Monte Cristi pertenece al terreno calcáreo terciario. Su altura varía de 650 a 700 M.; y el punto culminante, Diego de Ocampo, tiene 1220 M. Mientras que el clima del lado norte es bastante húmedo, las aguas del lado sur son mucho menos abundantes: esto se reconoce principalmente por la presencia de varios cactus, como la opuncia, alta como un árbol, los cirrios, &&
La Vega Real es un valle muy conocido, situado entre la sierra de Monte Cristi al norte, y la parte central de la sierra del Cibao por el sur, y se extiende con una altura media de 150 metros, desde la bahía de Samaná al este, hasta la bahía de Monte Cristi al oeste. La línea divisoria de las aguas, de una elevación de 220 metros, se encuentra casi en su mitad, cerca de Santiago. El terreno allí es también calcáreo terciario. Al este, donde el clima es mucho más húmedo, el suelo tiene una capa profunda de humus; en el oeste es mas seco el terreno. [a]
Después de una marcha a caballo de algunas horas por un terreno perfectamente llano, llegué a la capital del Cibao, Santiago, por la tarde, bajo un aguacero tremendo. Santiago es un pueblo bonito y muy comercial, con poco más o menos 8000 habitantes; las calles derechas, pero descuidadas, casas de un piso, y sin nada notable que admirar. La ciudad está situada cerca del río Yaque, en un punto en que éste desvía su curso del norte al oeste, a 30 metros de elevación sobre el nivel del río, en una meseta de cal y esquistos, cuyas barrancas al suroeste son muy pendientes. La población comprende una gran parte de blancos, o mestizos muy claros. En el interior se encuentra menor proporción de morenos o gente de color. Y sea dicho en honor de la población de Santo Domingo: la cuestión de raza no existe en este país.
Estuve algún tiempo en Santiago, para visitar las lomas, tanto al sur como al norte; y también observé con atención la vegetación del llano. El 21 de mayo, continué mi ruta para la sierra del Cibao.
Siguiendo el camino, al llegar cerca de la ciudad de la Vega, tomé a la derecha. Pasé el río Camú dos veces; y luego, después de haber subido la pequeña cima de El Puerto, arribé a una loma de 550 metros de altitud. Allí me encontré en un magnífico bosque de pinos. Antes de vadear el Camú, en una altura de 190 metros, ya había visto los primeros pinos. Desde esta altura (loma Mata Clara), se perciben las montañas en su completa belleza, casi sin ninguna otra clase de árboles, sino pinos. El pino que crece aquí es de la misma especie que el que se encuentra en Cuba, Pinus occidentalis [b]. Este árbol cubre con sus inmensos bosques la mayor parte de la sierra del Cibao, hasta los puntos más elevados, a una altitud vertical de cerca de 2500 metros. Es este un caso muy notable en geografía botánica. Es en una altitud de cerca de 2200 metros sobre el nivel del mar, que dicho árbol parece alcanzar su desarrollo completo: troncos de 60 metros de altura y de 3 a 4 metros de circunferencia no son escasos allí. Su palo tiene mucha resina y produce madera de construcción magnífica. Por falta de medios de conducción no se utiliza sino muy poco. La presencia de los pinos allí parece ser independiente de las condiciones del clima: depende mejor de las condiciones del terreno, porque sólo se encuentra donde el suelo está formado por tierra arcillosa mezclada con cascajo. Desde que se presenta un suelo calcáreo, o rico de humus, desaparece el pino, y se ve reemplazado por árboles de las demás clases: esto se nota muchas veces de una manera extraordinaria, al subir las lomas mas elevadas. Como los árboles se presentan en grupos separados, y el suelo de la loma produce yerba pequeña, y helechos o arbustos raros, la jornada en las alturas de la isla no ofrece tantas dificultades como cuando se viaja en las demás partes inexploradas de los países tropicales. De manera que si el Profesor Gabb, quien desde 1869 hasta 1871 exploró la isla desde el punto de vista geológico, tuvo que devolverse a la altura de 1670 metros, como el punto mas elevado que pudo alcanzar, me parece que fue por otras causas, y no por la imposibilidad de pasar por los bosques de helechos.
Aunque el camino en la loma Mata Clara no presentó grandes dificultades, un aguacero copiosísimo, que cayó durante varias horas, me obligó por fin a detenerme en ella, y a pasar una noche muy fría y muy desagradable, sin comer ni beber, en aquella altura.
De madrugada seguí con mis peones y caballos. Bajé el monte hasta 520 M., y allí pasé el río Jimenoa, tributario bastante grande del Yaque. Poco después llegué a Jarabacoa, lugarejo cerca del Yaque arriba, en una altura de 550 M. Aunque Jarabacoa es una parroquia con mas de 800 habitantes, las casas están formadas con tablas de una palma que es muy común en Santo Domingo; los costados hechos de tabla muy estrecha de Oreodoxa oleracea [c], y la cobija de yaguas, que es parte de la hoja de la misma palma. En una plaza despejada, se encuentra la iglesia, que parece un rancho, también fabricada con Oreodoxa, y la comandancia. Un corneta, un tambor, y tres hombres armados con remingtons, forman allí la guarnición.
Los habitantes se dedican a la agricultura, y principalmente a la preparación de andullos, largo cilindro de tabaco aromático enrollado en una yagua, y apretado con sogas. Estos rollos, que pesan de 5 a 6 libras, objeto de tráfico en el país entero, y hasta en Haití, son muy apreciados por los criollos. El tabaco es algo fuerte; se corta fino con un cuchillo, y se fuma en cachimbos pequeños, cuyo hornillo se hace de tierra arcillosa colorada, que abunda en todas partes por la sierra. El tubo está formado con el tallo de una gleichenia que se encuentra en las cimas elevadas de las lomas, y se llama calimete. Este nombre, así como la forma del hornillo, permite pensar que el cachimbo, y también la manera de preparar el tabaco, viene de los naturales indios. [2] [d]
La temperatura de Jarabacoa es bastante fresca, principalmente por la mañana. El termómetro sólo indicaba, regularmente al amanecer, 13 ó 15 grados R. [e]
A pequeña distancia, por el sur de Jarabacoa, se levanta una loma como de 1000 M., de altura, cubierta de bosques cerrados, llamada La Jagua. Su punta occidental tiene la forma de un pilón de azúcar tronchado, El Mogote (1400 M.); y al este se levanta el Monte Barrero, con una altura de 1250 M.
En el valle que rodea a Jarabacoa se encuentran pinos e igualmente otros árboles; en los intervalos, se hallan conucos, que son las plantaciones de los habitantes, cercados sólidamente con troncos de pinos. Entre los árboles interesantes, solo citaré el nogal (Juglans jamaicensis). Sus frutas son puntiagudas por un lado.
Desde Jarabacoa, subí primero al Monte Barrero, que es bastante accesible, porque el camino que conduce al valle de Constanza, pasa por allí. Caminando por debajo de pinos magníficos, se atraviesa por lugares llanos que rodean a Jarabacoa, y se esguaza el río Baiguate, pequeño tributario, muy límpido, del Jimenoa, el cual, como casi todos los ríos de las regiones altas, está rodeado de un bosque umbroso de Jambosa vulgaris (Pomarrosa). [f]
Pasando por delante de los pocos ranchos que forman el lugarejo de El Pedregal, sube el camino una cuesta muy parada del Monte Barrero, cubierta de un bosque de pinos elevados. La cuesta es muy rápida, en muchas partes de 30 grados de inclinación; y como el camino tenía mucho lodo por efecto de las aguas, y está cortado también por donde quiera por las raíces de los pinos, se puede suponer que una subida culminante del Barrero, era una fatiga muy grande, tanto para los caballos como para la gente.
La molestia de la subida se halla empero bastante remunerada en varios puntos. Ya en el camino se encontraban, en pequeños valles y entre las peñas, muchas plantas interesantes, entre otras la hermosa Fuchsia triphylla rojo oscuro, la primera especie conocida de la familia Fuchsia, llamada así por Plumier; un Siphocampylos color rojo ardiente; una Pentarhaphia grande; una Iridea azul; como también una Cyathea hermosísima. Curiosa era la vista de las palmas que se notaban aquí y allá entre los pinos, como la Euterpe (Manacle), cuya fruta sirve de alimento agradable a los puercos casi cimarrones.
Al llegar al punto culminante, encontré una cantidad bastante grande de plantas que nunca había visto, principalmente una Ilex, algunas Compositeas, varias Labiadas, etcétera.
El suelo de la loma se ve cubierto en muchos puntos con bosques de Davilla aculeata, pero parece que aquel árbol no se da en alturas superiores a 1100 M. Entre otras plantas mas pequeñas que se encuentran en los montes de pinos, citaré un Hypericum, que crece a un nivel de 600 M.; y las Bromeliaceas, que se hallan a menudo adheridas a los troncos de pino, de las cuales algunas tienen hojas rojas y anchas, magníficas. [3]
El reino animal es pobre en estos montes. Casi no se encontraban insectos; de aves, sólo una especie de cuervo, cuyo graznido monótono resonaba entre aquellos árboles enormes.
La vista, interrumpida a menudo por nubes que pasaban, es soberbia por la parte del norte. Por encima de la Vega, se descubren las montañas de la sierra de Monte Cristi, y se ven muy claramente las dos ciudades de Santiago y Moca, con sus casas blancas.
Después de haber pasado varios días en Jarabacoa, ocupado en examinar los alrededores, seguí mi ruta el 27 de mayo, acompañado del moreno que había llevado de San Thomas, y de algunos indígenas empleados como peones, en dirección al valle de Constanza. Como ya se ha dicho, el camino que va para Constanza, sube por el Monte Barrero, y sigue después otro que hace muchas eses. Sobre la altura, es muchas veces tan estrecho y con laderas tan pendientes a ambos lados, que se puede uno figurar que va andando sobre la cumbrera de una casa. Por fortuna las pendientes están cubiertas de pinos muy próximos los unos a los otros, de modo que la sensación de vértigo causada por aquellos precipicios, se desvanece un tanto. La montaña está formada casi toda de pedernales, que en muchos lugares han sido arrastrados por las lluvias, de tal manera que la vereda para los animales desaparece a veces completamente, y es preciso irla trazando de nuevo.
Dada la vuelta al punto culminante del Monte Barrero (1250 M.), sigue el camino de nuevo culebreando con una altitud poco mas o menos de 1100 a 1200 M., hasta que se baja por una hondonada llena de lodo, al río Jimenoa, que corre en este punto 1190 M., sobre el nivel del mar; y por consiguiente, durante este corto trayecto hasta su entrada en el Yaque, más arriba de Jarabacoa, tiene una diferencia de nivel de 670 M.
El río aquí es bonito y claro; a ambos lados tiene montes muy tupidos.
Inmediatamente después de haber pasado ese río, a la una p. m., empezó un temporal de agua, cosa que es muy frecuente allí, pero con tanta violencia, que casi era imposible seguir la jornada. Pero como de Jarabacoa a Constanza no se encuentra en el camino una sola casa, y pasar una noche en aquella loma en el monte, mojado hasta la piel, era penoso, no me pareció conveniente parar allí, y seguimos lo mejor que pudimos. Aquel aguacero impetuoso cambió bien pronto el camino en arroyos de lodo blando, por los cuales hombres y animales avanzaban con el mayor trabajo, ya subiendo, ya bajando. Principalmente nos fue bastante difícil subir el alto de La Cumbre (1440 M.), y el de Rancho Quemado, (1440 M.); como también bajar la hoya del río Tireo [4] (1050 M.), al que llegamos después de haber atravesado un bosque considerable. El Tireo es un tributario bastante caudaloso del Yuna, que desagua por el este en la bahía de Samaná, mientras que el Jimenoa, como tributario del Yaque, lleva sus aguas por el N. O. a la bahía de Manzanillo.
El Tireo había cogido tanta agua con las lluvias, que solo pudimos pasarlo con mucho cuidado, y mojándose todo nuestro equipaje. Mas adelante del Tireo, tuvimos que pasar dos alturas cubiertas con montes de pinos magníficos. Desde allí se va allanando el terreno, para formar la extremidad oriental de la altiplanicie de Constanza. El valle se ensancha luego mucho mas, y el camino sigue por un llano agradable, atravesando primero montes de pino, y luego una sabana verde, espléndida, y de grande extensión. A ambos lados se levantan alturas bastante importantes, las cuales rodean el valle por todos lados, cubiertas también con pinos, entre los que se veían flotar grandes nubes, mientras que en el valle ya reinaba la oscuridad.
Después de haber pasado la sabana, empieza otra vez el monte, dejando ver en la extremidad oeste del valle espacios talados, en donde hallamos por fin con gran satisfacción, porque la noche estaba un poco avanzada, un albergue en uno de los bohíos que allí encontramos.
El valle de Constanza, de 1170 M., sobre el nivel del mar, tiene una forma ovalada angosta, con dirección principal del este al oeste, de modo que es paralela a la dirección de las lomas. Estas tienen una extensión de 8 kilómetros, y su cumbre es completamente llana, y cubierta casi por donde quiera con bosques de pinos, y tienen un terreno bastante bueno, principalmente en la parte del O. Además de la gran sabana ya mencionada, hay otra más pequeña en la extremidad del valle, al noroeste.
Schomburgk encontró allí en el año 1851 solamente una casa habitada; pero hoy la población cuenta como cien vecinos, la mayor parte blancos o muy claros, los cuales ocupan 30 bohíos diseminados en el valle. La gente vive de la crianza y de la cultura de frutos menores como frijoles, batatas, yuca, maíz, y también de su tabaco, que trabajado ya en andullos, transportan al sur de las lomas, por el valle de San Juan. [5]
El valle posee una ermita, que es un bohío cubierto de paja, en la que el cura de Jarabacoa dice misa de cuando en cuando.
El clima aquí es bastante fresco, y los habitantes aseguran que en el invierno el frío acaba las matas de plátano y otras plantas delicadas. El 28 de mayo, a las 6 a. m., el termómetro marcaba 12° R. Desde noviembre hasta marzo reina la seca, y llueve en los demás meses. [6]
Este valle podía sin duda, con mayor diligencia de parte de los habitantes, dar muchos productos, y también los frutos menores de la zona templada. Así como está la gente vegeta en una condición miserable, y parece bastante pobre. Víveres para nuestra expedición fue imposible conseguirlos, ni aún leche siquiera.
Como la Oreodoxa, la que según he dicho ya, crece en lugares menos elevados y suministra los materiales necesarios para hacer bohíos, no se encuentra en aquellos lugares, los pequeños bohíos están hechos de tablas de Euterpe (Manacle), y cobijados con hojas de caña brava, gramínea de elevado tamaño, porque la yagua del Euterpe es muy corta y débil [g]. Los setos de las casas están regularmente formados de varas de la misma caña brava.
Allí no se ocupan en utilizar la madera de aquellos pinos tan bellos, para levantar casas; los habitantes la emplean solamente como combustible y como alumbrado. [7)
El valle es muy rico en aguas; a ambos lados corren arroyos hermosos de agua límpida y fresca: el Pantujo al N., y el arroyo de Constanza por el sur.
El monte es abierto y claro por donde quiera: solo aquí y allá se destacan pequeños bosques de árboles frondosos. En el terreno arenoso de aquellos montes, se ve a menudo una pequeña Oxalis blanca de bulbos color de chocolate; en el bosque vecino al arroyo Pantujo, hallé un Rubus [8] elevado, de fruta negra y sabrosa. Cerca de las habitaciones se encuentran grupos de guayabos, y al lado del arroyo de Constanza, otros de Jambosa vulgaris, contiguos a un bosque considerable, el cual ocupa un llano húmedo por la parte sur del valle.
Por el valle de Constanza pasa el camino que va del Cibao al llano grande de San Juan de la Maguana, que se encuentra en la vertiente sur de la cordillera, y de donde se traen vacas y caballos para Santiago, por cuya razón hay un tránsito considerable por el valle desde los tiempos remotos. Es difícil pues comprender como han podido perpetuarse tantos cuentos que aún repiten los habitantes de los llanos, representando estos lugares como una región misteriosa.
Diferente cosa es lo que concierne a una loma, la más elevada del país, la cual hasta hoy estaba inexplorada, y por la que solo transitaban algunos monteros cuando iban a cazar puercos cimarrones. Esa loma, muy parada, de bosques de pinos, de suelo casi todo arenoso y árido, apenas llama la atención de aquellos escasos habitantes, poco laboriosos y acostumbrados a una temperatura más templada, y a quienes únicamente los puede decidir a visitar tan desierta altura, la esperanza de encontrar oro, que no existe allí sino en pequeña cantidad. [9]
Durante las últimas guerras con España en el 1863, los habitantes descubrieron varias sabanas en los altos, por el sureste de Constanza, las que forman una cuenca en la cumbre de la loma, y a las que dieron el nombre de El Valle Nuevo, y allí apastaron sus animales.
Aunque El Valle Nuevo no está habitado, se ha formado poco a poco en aquella dirección una vereda por donde los dueños de los animales pueden subir a vigilarlos; y por esa vereda resolví yo visitar el valle, para de allí subir a los altos culminantes de aquellas serranías.
El 29 de mayo salimos de Constanza cinco personas, con un caballo de carga. Vadeamos el arroyo de Constanza y anduvimos por el bosque ya indicado, en la parte sur del valle; luego subimos una altura con monte de pinos, para después bajar a un valle estrecho. Por allí, a 1270 M., sobre el nivel del mar, corre el Río Grande de Constanza, arroyo fresco, cuyo lecho está cubierto de piedras y que va a desaguar en el Río del Medio, tributario del Yaque chico del sur.
Después de haber cruzado a pié aquel río, se pasa un arroyo y afluente suyo, el arroyo del Pinal Grande, y luego se sube una loma muy pendiente, para ascender gradualmente por un monte de pinos, y se ladea por el este una barranca terrible y profunda, corriendo por su base el arroyo expresado. La loma empieza a tomar un aspecto demasiado salvaje. Las pendientes del lado opuesto a aquel precipicio, son casi verticales; los picos de las lomas muy agudos e inaccesibles; en frente de nosotros, al sur, se levantaban tres picos muy enhiestos y abruptos cubiertos de pinales.
Habiendo alcanzado una altitud de 1500 M., se baja por un pequeño monte a una hondonada húmeda, para entrar bien pronto de nuevo en un monte seco de pinos, cuyo terreno colorado, mezclado de cascajo, se ve cubierto de Pteris aquilina, de 4 a 6 pies de altura. Este lugar se llama, El Helechar. [10] [h]
A una altura de 1770 M. se entra otra vez en un monte muy espeso y húmedo, en cuyos árboles se ven musgos, peperomias, helechos, orquídeas, licopodios y otros epifitos (Parásitos). [11] Por aquel monte el camino es casi impracticable, aún a pie, porque el terreno es blando y está lleno de raíces de árboles caídos y de ramas tendidas, lo cual, todo entretejido, casi hace imposible la marcha. El machete tenía que funcionar sin descanso; y solo después de varias horas de trabajo, pudimos al fin llegar al término de aquel monte, en una altitud de 1970 M., para entonces entrar de nuevo en un bosque seco de pinos.
Además de los Pteris consabidos, se encontraban en los montes de pinos de aquella altura, varias plantas, entre otras una Cyathea, una Fuchsia hermosa de flores grandes, (Fuchsia Pringshemii), especie nueva, un Siphocampylos de flores purpúreas, una Andromeda pequeña medio rastrera.
Poco después de medio día, principió a retumbar el trueno y los nubarrones a acumularse sobre nosotros. Descansamos un momento, y seguimos nuestro camino, subiendo por el monte de pinos. Por donde quiera se veían tendidos por centenares troncos enormes, algunos caídos de vejez, otros tumbados por el rayo. Uno de ellos parecía haber sido herido hacía pocos días: su mitad estaba todavía parada, la otra desecha en astillas regadas por el suelo.
Luego que hubimos trepado la pendiente casi vertical de la barranca, llegamos por fin a una altitud de 2230 M., en donde se encuentra la primera sabana; y a poco de haber pasado una pequeña hoya, llegamos al Valle Nuevo (2270 M.), cuando comenzó a llover.
Con grande satisfacción encontramos allí un rancho de troncos de pino, construido por los amos de los animales, que nos sirvió de excelente refugio. Bien pronto hicimos una verdadera candelada de cuaba, y se preparó comida con los víveres que habíamos llevado.
La lluvia pasó pronto, de modo que la última parte de la tarde la pude emplear en recoger activamente las plantas de aquel lugar.
El Valle Nuevo es un llano ondulado de bastante extensión, situado en la cumbre de una loma ancha y dominado por alturas secundarias que forman el punto culminante de aquella sierra, de las cuales algunas aparecen truncadas, en particular el Pico del Valle Nuevo.
El llano está casi completamente cubierto de yerbas, dispuestas en pajones fuertes y cerrados, formándole una gruesa alfombra a aquel suelo. Este presenta pedregales de cascajo grueso y fino, y en ciertas partes peñascos grandes. Aquí y allá se encuentran pequeños bosques formados de arbustos pertenecientes a las compositeas, a las ericáceas y de Garrya Fadyeni. Entre las peñas se ven helechos, una escrofulariácea amarilla, la Andrómeda medio rastrera ya citada y una multitud de plantas que recuerdan un clima más septentrional, tales como el Hieratium, la Alchemilla, el Galium, el Chimaphila, y además el Pteris triphylla, unas eriacauláceas, y cerca del arroyo, ranunculáceas y Carex. Pegado a los pocos pinos que se balancean en la sabana, se nota principalmente un Loranthus, de hojas pequeñas y de flores rosadas admirables.
La noche fue muy fresca, y a las 6 de la mañana el termómetro sólo indicaba 9° R; de modo que es probable que la temperatura, a fines de diciembre, baje a 0°, como me lo dieron a entender los pocos habitantes del lugar. Mi caballo, no acostumbrado a una temperatura tan baja, permaneció sin comer y temblando, cerca del rancho, la mayor parte de la noche.
De madrugada nos pusimos en camino para subir el Pico del Valle, al cual llegamos después de haber andado más de una hora. Cuanto mas se acerca uno a la cumbre, más a menudo se ven grandes peñascos formados de Breccie, y que cubren el suelo por donde quiera. Algunos son cuadrados y de tamaño enorme; otros piramidales, de 40 a 50 pies de alto. El conglomerado consiste en guijarros del tamaño del puño, que son pedazos redondos de varias clases de peñas, como granito, cuarzo, selenita, etcétera. [12]
Con algún trabajo logré subir encima de la última peña, y allí encontré la altitud máxima del Pico del Valle, o sea 2630 M. sobre el nivel del mar. La vista desde aquella altura es grandiosa. Por el sur se descubre a cierta distancia el monte Tina, (cuya altitud fue calculada por Schomburgk en 3140 M), y toda la costa de Azua. Hacia el oeste se destaca el valle grande de San Juan; por el noroeste, descuella la sierra enorme de la Cordillera Central, con los picos truncados El Cayetano, Loma Rucilla [13], y otros. Al norte se extiende la vista por las sierras menos elevadas de Constanza y Jarabacoa, parte de la Vega Real, y mas allá la sierra de Monte Cristo con el Pico del Norte y Diego de Ocampo. Por fin al noroeste y al este, una multitud de lomas, de las cuales algunas parecen tener la altura del Pico del Valle Nuevo, y una de ellas bastante próxima, la cumbre aislada del Banilejo.
Las lomas de la cordillera en el noroeste, en particular la Loma Rucilla, no parecen ser mucho más elevadas que el Pico del Valle Nuevo, de manera que en general encontré exactas las medidas de altitud dadas por Schomburgk y Gabb. Ellos estimas en 2930 M. (9500 pies ingleses) la elevación de Loma Rucilla, aunque éste no pudo llegar sino a cierta distancia de aquella altura. [14]
La vegetación de la cumbre consiste casi exclusivamente, además de yerbas, en raros arbustos de 3 a 4 pies de alto. Allí vi una Lyonia, de hojas coriáceas y de flores grandes, la Garrya Fadyeni, una compositea glutinosa, y de tiempo en tiempo algún pino, árbol que en este sitio es pequeño y solo alcanza de 12 a 16 pies. En las anfractuosidades de los peñascos crecen peperomias, adianthos, musgos y líquenes.
Después de algunas horas de descanso, volví al rancho de El Valle Nuevo, y de allí inmediatamente se cogió el mismo camino del día anterior, para bajar al valle de Constanza, donde llegué de tarde, hecho una sopa, pero muy satisfecho del resultado de la excursión.
En ella tuve la fortuna de subir a una altura que no había pisado aun ningún viajero en Santo Domingo; y especialmente de estudiar con el mejor éxito la flora de aquella encumbrada cordillera. Yo he descubierto, por decirlo así, un camino por el cual es posible proseguir nuevos estudios de aquella sierra enorme y casi desconocida; y para esas expediciones puede servir de punto de partida, no muy difícil de alcanzar, el mismo Valle Nuevo.
Octubre del 1887
Notas
[1] Esta medida concuerda con la de William M. Gabb (On the topography and geology of Santo Domingo: 1873), a saber: 2520 pies. Según Sir Robert Hermann Schomburgk, tenía 700 metros. (Apolinar Tejera).
[2] La gleichenia es un helecho que habita en la zona tórrida.
Según Oviedo (Historia general y natural de Indias, T. I., Lib. V, Cap. II), “los caciques e hombres principales tenían unos palillos huecos del tamaño de un xeme o menos de la groseza del dedo menor de la mano, y estos cañutos tenían dos cañones respondientes á uno, como aquí está pintado (la figura parece una Y), é todo en una pieza. Y los dos ponían en las ventanas de las narices, é el otro en el humo é hierva que estaba ardiendo ó quemándose; y estaban muy lisos é bien labrados”… “Los indios que no alcanzaban aquellos palillos, tomaban aquel humo con unos cálamos o cañuelas de carrizos, é á aquel instrumento con que tomaban el humo, ó á las cañuelas que es dicho llamaban los indios tabaco, é no á la hierva ó sueño que los toma (como pensaban algunos”).
Si no estoy errado, el tubito (calimete) del cachimbo ó pipa criolla, cachimba en Cuba y algunos otros puntos de América, como dice Oviedo, procede del carrizo (Carex palustres), planta de las gramíneas o de las ciperáceas, que se da frondosamente en los paúles y aguázales, y contribuye a cegarlos paulatinamente.
El venezolano Baldomero Rivodó, autor de varios trabajos filológicos, en el libro intitulado Voces nuevas en la lengua castellana. Paris 1889, asienta que la palabra cachimbo proviene del idioma portugués (A. T.).
[3] Piñuelas (N. del Dr. A. Ll.)
Pero la piñuela (Cyrthopodium Andersonii), Lindley, no pertenece a las bromeliáceas, sino a la hermosa y variada familia de las orquídeas, afín de aquellas. Es quizás una planta peculiar de la América tropical; y sin dudas su segundo nombre lo lleva en honor del insigne naturalista inglés Alejandro Anderson, que habitó algún tiempo en las islas de Santa Lucía, San Vicente y Trinidad, ocupado en herborizar. (A. T.)
[4] ¿Por qué este nombre, de origen griego (broquel, escudo, rodela), en esa remota y deshabitada región? Pedro Mártir de Anglería, en su Década Tercera, Libro VIII, Capítulo II, al discurrir sobre los valles de la maravillosa Española, describe con poéticos rasgos uno que se asemeja bastante al bellísimo de Constanza, por su aspecto físico, y menciona el río Tirecoto, “que corriendo hacia el oriente, aumenta las aguas del Juna” (sic). Y como el Tireo mezcla las suyas con las del Yuna, es presumible que dicho nombre sea una alteración o abreviación de Tirecoto. (A. T.)
[5] Del 1869 al 1871 hizo como es sabido notables estudios topográficos y geológicos en el país, el competente norteamericano William M. Gabb, y con tal motivo estuvo en el valle de Constanza, por lo menos dieciocho años después del sabio naturalista Sir Robert Hermann Schomburgk. Conforme al interesante relato de Gabb en el ya mencionado trabajo On the topography and geology, Philadelphia, 1873, entonces había en Constanza doce bohíos. Al cabo de otros dieciocho años, cuando las exploraciones del Barón de Eggers, existían treinta, o sea un aumento de ciento cincuenta por ciento en la población. Actualmente llegan a noventiséis. La progresión ha sido considerable en el espacio de veintidós años, esto es, de un doscientos veinte por ciento. (A. T.)
[6] Léese en la Idea del valor de la Isla Española y utilidades que de ella puede sacar su Monarquía, por Don Antonio Sánchez Valverde, Madrid, 1785: “El valle de Constanza, dividido del de San Juan por unas altas serranías, y colocado a la parte Norte de la Isla, en jurisdicción de la Vega, que estuvo desconocido muchos años, es tan fresco, que en la estación mas calorosa del año se conserva la carne cuatro y cinco días, de que estoy bien informado por muchas personas fidedignas, y por su propio poseedor actual, Don Melchor Suriel, sujeto veracísimo. En las cimas de estas sierras, cuyo acceso es trabajosísimo, se encuentra escarcha todo el año, y se necesita de hogueras para dormir”. (A. T.)
[7] La cuaba (N. del Dr. A. Ll.).
[8] ¿Será acaso la zarzamora, de las rosáceas, aunque no se indica la especie? Jamás se ha hecho mención de esta planta, que produce agradables bayas, entre los frutales del país.
Y sin embargo, Fray Bartolomé de las Casas, en la Apologética historia destas Indias Occidentales y Meridionales, la nombra en dos ocasiones. La primera vez se refiere a la gran provincia y rica de Cibao, y anota que hay zarzamoras como las de Castilla. También parece que alude a ella, Pedro Mártir de Anglería, al hablar de las montañas del Cibero (sic): “Aquella tierra, escribe, cría helechos, y ortigas, y zarzas con serpas, que se llenan de moras, cosas que prueban el frío que hace en aquella región”. Década Tercera, Libro VIII, Capítulo II, páj. 420.
El botánico dominicano R. M. Moscoso, en su interesante obra Las familias vegetales representadas en la flora de Santo Domingo, 1897, dice en la página 88, que en la Sierra de Jarabacoa se halla el Rubus alpinus (Macfadyen), y lo llama cereza.
Cuando William M. Gabb intentó subir al Pico del Yaque, por el mes de junio del 1870, un poco más allá de Manabao tropezó con varios Rubus, probablemente iguales al que encontró en la vecindad del arroyo Pantujo el viajero Eggers, y al mencionado por Moscoso. He aquí la curiosa relación de Gabb en su ya citada obra: “Conseguidos los guías, y mas peones, ascendíamos todos a ocho personas. Dejando los caballos, salimos de Manabao a pie por el cauce del río, durante media milla. El terreno, casi llano, estaba cubierto de grandes árboles, con arbustos debajo de éstos. Subimos por la punta de un cerro lleno de palmeras y pinos mezclados, y alfombrado con hojas de pino y de altas yerbas, entre las cuales había multitud de arbustos y plantas nuevos para mí, nunca vistos en las tierras bajas, y lo más inesperado aún, una vieja amiga de casa, matas en gran número de zarzamora (Black berry), con algunas bayas maduras. La planta apenas se conocía, creciendo solamente en las elevadas montañas, de modo que la gente que me acompañaba, no sabía que sus frutas eran comibles, y fue inútil que yo procediese a gustarlas para que esto la alentase a participar de tan inesperado banquete”. (A. T.).
[9] Antes de las investigaciones interesantísimas de Sir Robert Hermann Schomburgk, se creía comúnmente con el esclarecido Alejandro de Humboldt, y el ilustre Ramón de la Sagra, que el núcleo orográfico de las Antillas era el Pico Turquino, con 2560 metros, situado en la Sierra Maestra o Macaca, en la banda oriental de Cuba. El primero que en América, y en vista probablemente de la carta o de las apuntaciones de Schomburgk, hizo observaciones acerca de esta errada opinión, la que aún tiene albergue en enciclopedias y polianteas de autores europeos, fue el distinguido cubano Esteban Pichardo, en su Geografía de dicha isla, como se puede ver en la obra de la misma índole, de Don José María de la Torre, impresa en la Habana en el año 1860.
Ahora bien: al tenor de los datos de Schomburgk, loma Tina es el monte de mayor altura de Santo Domingo y del archipiélago colombino, lo que Gabb como que pone en duda cuando trata del alteroso Pico del Yaque.
Como se verá mas adelante, Eggers tiene por exactas, en general, las medidas de ambos. Así pues, a que loma, ¿la más elevada del país y hasta entonces inexplorada, se referirá el ilustrado viajero alemán? (A. T.).
[10] Helecho llamado rabo de caballo. (N. del Dr. A. Ll.)
Este ha sufrido una equivocación. La cola o rabo de caballo no corresponde a los helechos. Es el tipo de los equisetos, del latín equus, caballo, y seta, cerda o crin. La gigantesca criptógama de que habla el viajero Eggers, me parece que es el helecho hembra. (A. T.)
[11] Me resisto a creer que el término encerrado dentro del paréntesis, a guisa de explicación o aclaración, se halle en el original, porque las plantas epifitas, aunque medran generalmente en los árboles, no son verdaderos parásitos. (A. T.)
[12] Terreno primario eruptivo. (N. del Dr. A. Ll.).
[13] Juzgo oportuno llamar aquí la atención, aunque de paso, acerca de dos errores considerables que se advierten en los Elementos de geografía física, política e histórica de la República Dominicana, por el Padre Meriño. Citase en la página 65 a Loma Rucilla, nombre que también se le da al majestuoso y gigantesco Pico del Yaque, como si fuera una eminencia distinta de tan elevado monte, el cual se halla en la Hilera Central, y sin embargo se le considera en el consabido testo como una ramificación y estribación de la gran cordillera del Cibao. Tendida de oriente a occidente, no puede ser de ningún modo el Pico del Yaque un contrafuerte o espolón de ésta, puesto que de él descienden en direcciones diametralmente opuestas, dos caudalosos ríos, lo que demuestra desde luego que la mencionada montaña se encuentra en la línea divisora de las aguas que bañan la banda septentrional y la meridional de la isla. (A. T.)
[14] Tengo que rectificar aquí un error que se encuentra en la relación del trabajo de Gabb sobre la Topografía y Geología de Santo Domingo (Boletín de Petermann, t. XX, p. 359). El que cita ese trabajo, hace decir a Gabb que el Pico del Yaque tiene 4000 pies mas que la elevación que él mismo alcanzó (5500 pies), lo que da un resultado casi igual al cálculo de Schomburgk. En otro lugar agrega luego Gabb que los puntos más elevados de la Cordillera Central tienen poco mas o menos 9000 pies de altura. (Nota de Eggers).
[a] En la actualidad, se emplea muy poco la denominación Sierra de Monte Cristi, prefiriéndose la de Cordillera Septentrional. Igualmente sucede con la Sierra del Cibao, diciéndose Cordillera Central. La denominación Vega Real se emplea, actualmente, para la porción oriental del Valle del Cibao. (J.E.M.)
[b] Realmente el Pinus occidentalis es una especie endémica de La Española; en Cuba existen otras especies de Pinus. (J.E.M.)
[c] Esta palmera (cuyo nombre actual es Roystonea oleracea Cook) existe en Venezuela y algunas Antillas Menores); nuestra palma real, que es la referida en el trabajo, es Roystonea borinquena O.F. Cook. (J.E.M.)
[d] Tal como dice Eggers, ‘calimete’ es el nombre aplicado al helecho Gleichenia bifida y no, como dice la nota de A.T., al ‘carrizo’. (J.E.M.)
[e] R = grados Réaumur. Para convertir a grados Celsius, multiplicar por 0.8, por lo que 10° R equivale a 10 x 0.8 = 8° C. (J.E.M.)
[f] Para la pomarrosa o pomo, el binomio científico reconocido en la actualidad es Syzygium jambos (L.) Alston. (J.E.M.)
[g] El binomio científico actual para la palma manacle (o manacla) es Prestoea montana (Graham) Nichols. (J.E.M.)
[h] Tal como dice A.T., ‘cola de caballo’ se aplica a especies de Equisetum mientras que se llaman ‘helechos’ las pertenecientes a la familia Polypodiaceae. El binomio científico actual para Pteris aquilina es Pteridium aquilinum (L.) Kunth. (J.E.M.)