Recuento de Marcano por los Cuatro Costados

Por Félix Servio Ducoudray. 1979. Suplemento Sabatino periódico El Caribe. 4 dic., 1982, pp. 4-5 [1]

Ven a ver esta juana la blanca.

El profesor Marcano me mostraba la conocida yerbita, cuya flor corrientemente tiene el color con que la bautizaron. Y esta era así: blanca la flor, verdes las hojas.

Pero él añadió:

— …y ahora ven a verla aquí distinta: con flores verduzcas y hojas rojizas.

Parecía otra planta, por lo cual le pregunté si era la misma especie.

—Sí, la misma especie. Sólo que ésta crece en terreno más árido y se pone así.

Eso fue por el lugar llamado Aserradero, más allá (más al norte) de Sabana Grande de Boyá, cuando Marcano iba rastreando los nuevos afloramientos de la formación Caliza Cevicos, por Los Haitises.

Viaje de geología; pero viajar con Marcano resulta una experiencia múltiple de ciencia. Por ser él, como lo calificó la Dra. Blake, del Smithsonian, un naturalista all around, esto es, «por los cuatro costados», como se lo oí traducir al profesor Cicero, que aprendió su inglés en la Universidad de Fordham, donde estudió la carrera de zoólogo.

O para decirlo de otra manera: un naturalista del tipo clásico, que va siendo más raro cada día. Los naturalistas de hoy, la mayoría de ellos, se especializan. Esto es, reducen el campo a que dedican sus estudios, con la idea de acumular más cantidad de conocimientos acerca de un temario escaso de investigaciones.

Especialistas, por ejemplo, no en insectos, sino en mariposas solamente. Y aun otros en una especie de ellas.

La gente a veces se burla de tales especializaciones (aunque sea, desde luego, burla exagerada) diciendo que un día habrá especialistas que solamente sabrán lo referente al ojo izquierdo del mosquito, y cosas por el estilo.

La idea que yace en el fondo de esa tendencia (o mejor aún: la aspiración a que se tiende) es ésta: mientras sea menor la extensión del objeto de estudio, más tiempo tendrá el investigador, concentrándose en eso, de acumular la mayor intensidad posible de sapiencia acerca del asiento que escogió. Por lo cual, como lo dijo con más garbo alguien de cuyo nombre no puedo acordarme, el especialista perfecto sería aquél que por tener tan constreñido su campo de estudios, resulte el que más sabe… ¡de nada!

Marcano es al revés: sabe mucho de muchas cosas. De cosas de la naturaleza.

Y fue precisamente por presenciar una demostración de ello, que la Dra. Blake puso su admiración por el profesor Marcano en la ya mencionada calificación que le aplicó.

Ocurrió así: en una de las visitas efectuadas por Marcano al Smithsonian, varias decenas de especialistas en otras tantas familias de insectos quisieron aprovechar su presencia para consultarle y pedirle informaciones acerca del tema en que cada uno se especializaba. Querían saber si aquí había tal insecto, por ejemplo, o cuál era el ambiente en que vivía, sus hábitos, las plantas que dañaban y las que no dañaban, la fuerza de reproducción de los mismos, tamaño de las poblaciones y mil cosas más.

Se sentaron con él alrededor de una mesa, y empezaron a preguntarle. Y era tal la cantidad de informaciones que suministraba, la seguridad con que hablaba y la minuciosidad con que conocía los pormenores de la vida de cada una de las especies que interesaban a los especialistas, que todos quedaron admirados. Marcano parecía la concentración, en una sola persona, de todas las especialidades de entomología que tenía por delante en esa memorable reunión.

La Dra. Blake, que estuvo presente, quedó tan impresionada, que al dedicarle una nueva especie descrita por ella y ponerle el nombre de Marcano, hizo algo que muy rara vez, sólo excepcionalmente, hace la gente de ciencia en ese caso: incluir en la descripción de la especie el elogio de la persona a quien se le dedica. Y fue ahí donde dijo que Marcano es un naturalista all around. Lo normal es poner el nombre a secas, sin añadidos de encomio. Lo que ya, por sí solo, es gran honor.

Quizás no esté de más apuntar esto. La Dra. Blake es una autoridad mundial en entomología. De modo que sabía lo que estaba diciendo y lo que estaba haciendo.

¿De dónde le viene a Marcano esa sapiencia en campos tan diversos?

Porque aquí –estoy cansado de verlo– se le consulta no sólo en cuestiones de entomología, sino también en botánica, de zoología, de paleontología, de geología, de ecología. Y no consultas de estudiantes, sino de profesionales, incluidos especialistas.

Uno de los casos más recientes: un capacitado profesional dedicado a combatir los daños que causa el comején, y que ha hecho estudios de post-grado en Francia, creyó ver en un edificio infestado, la presencia de una especie que no es nativa, sino que ha ido invadiendo últimamente diversos continentes desde su hábitat de origen. Pensó que había llegado aquí. Pero solamente tenía la sospecha. Necesitaba confirmarlo. ¿Y qué hizo? Ir donde Marcano a preguntarle, mostrándole los especímenes «sospechosos».

Y cuando los especialistas de la OEA vinieron a compilar el inventario de las diversas zonas de vida existentes en el país, lo primero que hicieron fue ir a ver a Marcano y salir con él de viaje por todo nuestro territorio, para que les diera las claves con las cuales poder reconocer cada una de ellas. En el trayecto iban lápiz en mano, anotando hasta el menor comentario que hacía Marcano ante determinado paisaje botánico, el señalamiento de los árboles indicadores del grado de humedad de un bosque, etc. Y todo eso pasó al voluminoso informe que se publicó después[2].

Y ahora la respuesta a la pregunta que quedó arriba esperándola, acerca del origen de su sapiencia:

La clave estriba en que Marcano no se limita a aprender leyendo libros, que habían de ser, por fuerza —ya que apenas los hay—, libros no escritos aquí, y que por ello tienen más presente las particularidades de la naturaleza en otras latitudes, y hablan de casos que no siempre se repiten en nuestro país. Él, desde luego, los lee. Su biblioteca de ciencias es numerosa. Pero no se ha quedado en eso, sino que se ha pasado la vida saliendo a investigar, a observar, a escudriñar la realidad sobre el terreno. O como se dice con cierta cursilería: leyendo en el gran libro de la naturaleza.

En este viaje a Los Haitises de que hablo, por ejemplo, nos paramos a desayunar en un lugar sombreado del camino. Íbamos, lo repito, en busca de los pasos perdidos de una formación geológica: la Caliza Cevicos, pero mientras los demás sacábamos pan, queso y otros condumios de la caja que contenía los alimentos del viaje, el profesor Marcano andaba en otra cosa: allá estaba agachado mirando embelesado el trajinar de un hormiguero de hormigas caribes, sobre las cuales desmenuzaba las migas del pan para observar el rumbo que tomaban con ellas y la organización de ese ajetreo de almacenamiento de comida.

Eso lo debe de haber hecho decenas de veces a lo largo de su vida, y cada vez que encuentra novedades, las anota cuidadosamente. «Cosas que no están en los libros», como él dice. Y que para aprender hay que salir al campo. Y no sólo con las hormigas, desde luego, sino con toda manifestación de vida en la naturaleza, incluso la vida ya fósil, lo mismo que sus piedras y sus rocas estratificadas. Me acuerdo que una vez se alarmó en la isla Beata, cuando el viaje de exploración que organizó el Museo del Hombre Dominicano. Había visto en los frutos de un limonero la huella de un insecto que aun siendo mínimo ocasionó severos estragos y pérdidas copiosas en las plantaciones de cítricos de los Estados Unidos.

Me mostró el limón, y yo lo vi como limón común y corriente; pero con un puntico negro en la cáscara. Para otro habría pasado quizás inadvertido. Pero su ojo de sabueso científico lo reconoció. Estaba seguro. Y cuando regresó del viaje, puso en conocimiento del hallazgo a las autoridades pertinentes.

No le hicieron caso. «Eso son exageraciones de Marcano». ¿Cómo temer que pasara de la isla adyacente al resto de la patria? Pues bien: cruzó el canal marino que separa a La Beata de la isla grande y ya se lo ha encontrado por Pedernales. Si se propaga, ¡adiós plantaciones de cítricos!

Ese es Marcano.

O éste, que se manifestó de nuevo en este viaje a Los Haitises. Pasado ya Galeano, más allá de Sabana Grande de Boyá, y viendo toda la zona cubierta de cañaverales, se me ocurrió preguntar cuál era la razón de que no hubiese orquídeas en las cañas. Uno de los viajeros soltó un «¡Cómo se te ocurre!».

Pero ya había visto, por la Línea Noroeste, una orquídea, la Tetramicra, crecer sobre gramíneas como epífita: sobre la Uniola virgata, pajón que en lengua del común es espartillo. ¿Por qué no en la caña, que también es gramínea?

Marcano tenía la explicación a mano:

—Hay dos razones. La primera es que las cañas de los cañaverales se cortan para llevarlas a moler en los ingenios, y así no da tiempo para que las orquídeas se prendan y crezcan en ellas. Y la segunda, por ser muy lisa la cáscara de la caña, sin la rugosidad conveniente para que las semillas de orquídeas se fijen en ellas, y así es muy difícil.

Y a propósito de orquídeas: al cruzar Los Haitises de sur a norte, a medio camino encontramos lugares con abundancia de Habenaria y de Bletia purpurea, incluso una blanca, que es muy rara.

Realmente es una suerte provechosa salir con Marcano en viaje de exploración científica. Por  lo que se aprende. No hay curiosidad, no importa acerca de cuál aspecto de la naturaleza, que él no sacie. Con la seguridad, además, de que muy difícilmente se le oirá afirmar algo de lo que no esté plenamente convencido por haberlo comprobado muchas veces.

Otro ejemplo, el final, en este mismo viaje. Antes de llegar a Los Haitises pasamos por una zona de lagunas. En Los Haitises se ven los ranchos con el terreno circundante bellamente alfombrado de esa «grama» del género Paspalum que se desarrolla muy apegada a la tierra, como acostada sobre ella, por lo cual, a diferencia de la otra, no hay necesidad de recortarla con frecuencia. Y viéndola, yo pregunté si no había alguna especie de tal género que se hubiese adaptado a vivir dentro del agua.

—No. El Paspalum es de la orilla de las lagunas, a lo sumo.

Y aún agregó: Hay muy pocas gramíneas a las que les gusta meterse al agua. Esa es la clave para distinguirlas de la ciperáceas, que sí son aficionadas a mojarse los pies.

El padre Julio Cicero y el profesor Eugenio de Jesús Marcano en rebusca de fósiles en la loma de El Helecho.

Notas:
[1] Este artículo se presenta aquí en su forma original a partir de la reproducción del artículo en Naturaleza Dominicana #6 – Anexos.

[2] OEA.Secretaría General. 1967. Reconocimiento y Evaluación de los Recursos Naturales de la República Dominicana: Estudio para su Desarrollo y Planificación. Washington, D.C.

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