¿Cuál es el Pico Duarte?

por el Dr. FEDERICO W. LITHGOW CEARA

Adaptado de “Relatos del Dr. Federico W. Lithgow Ceara. 1979. Boletín de la Sociedad Dominicana de Geografía. Vol. VIII, No. 8

Transcripción de Fritz José Pichardo Marcano.

Biografía de Lithgow Ceara

Una vez… como cuentan los cuentos de hadas, durante el lapso del período Jurásico hace más de 100 millones de años, surgió del seno profundo del mar un gigantesco peñón por violento plegamiento de la corteza terrestre. En el distante horizonte no se vislumbraban otras tierras, no existían Las Antillas todavía, ni tampoco el mar de ese mismo nombre. Arrogante, profundo, de agitadas aguas, reinaba en torno al Atlántico. En tierras muy lejanas, la vida creadora había producido ya vistosas muestras de los reinos animal y vegetal: insectos, anfibios, reptiles, helechos y coníferas. En el mar evolucionaban pólipos, equinodermos, moluscos y peces.

Esa tierra prístina habría de ser un día la eminencia más alta de nuestra Cordillera Central, espinazo del sistema orográfico de las Antillas.

Corrieron los siglos y la tierra siguió ascendiendo. Cerca del viejo peñón, y hacia el norte, se rasgó la superficie del mar para que emergiera una nueva atalaya, ésa que es hoy la mole imponente de la Rusilla. Y a lo lejos, como niños curiosos, otras rocas se asomaron sobre el agua para mirar el sol, y así, al final del período Cretáceo, hará unos 60 millones de años, cinco grandes islas formaban una pequeña y pintoresca familia, separadas por anchas extensiones del mar, islas que corresponden actualmente a las Cordilleras Central y Septentrional, las lomas de la península de Samaná y las Sierras de Neiba y del Bahoruco. En tanto, con el correr del tiempo la vida había evolucionado hasta producir grandes árboles, gráciles palmeras, coloreados lirios, reptiles colosales de veinticinco metros de largo y aves, que desde entonces colgaban sus nidos con los frutos del amor para agitar el aire con su música.

Las tierras continuaron levantándose, y un día, todo prodigio, aquellas cinco islas hermanas quedaron unidas para formar nuestra isla de Santo Domingo: para la Geología eso fue ayer, pues hace 50,000 años no se había formado la fértil llanura costera que engalana la isla.

La montaña que emergió primero conservó siempre la mayor altura; fue erosionada por la lluvia, agrietada por los cambios de temperatura, flagelada por el viento, se cubrió de pinos: ella es hoy la magnífica, la incomparable Sierra de la Pelona. Nace en el valle de los Canelas, allí en donde, como una inmensa cuña, separa los dos ríos que al unirse formarán el Yaque del Sur. Se empina, rauda, hasta besar la nubes, y luego, retorciéndose angustiada, desciende hasta lamer, humillada, los Pajones Amarillos del Valle de Bao, y como si pudiera saciar la sed allí, acompaña al río Bao hasta mucho más abajo, hasta los 1430 metros de altura en donde muere. Montaña generosa, rasga sus entrañas hasta hacer brotar torrentes de agua que fertilizarán la tierra; contribuye con sus aguas a los ríos Yaque del Sur, Bao y Baíto, que cargados de besos, al fundirse con el mar de las Antillas y el anchuroso Atlántico, realizaran la cópula ritual del mar y la montaña.

Esta sierra, colosal y pintoresca, atalaya la más hermosa y empinada de la isla, tiene su cima coronada por dos enormes picachos que, vistos desde la Rusilla, reproducen a perfección los senos erectos de una muchacha: uno oriental, que todas las mañanas comulga con la ostia del sol cuando corona la aguda cima del Piquito del Yaque; y otro occidental, en el crepúsculo mira a contraluz la negra silueta del Monte la Selle en Haití.

Desde esas cumbres la vista se enseñorea sobre dilatados horizontes.

Si miramos desde la cumbre oriental, el panorama es muy abierto y por todos los puntos de la rosa de los vientos, vemos la comunión de la tierra y el cielo unas veces, del cielo y el mar si oteamos en otras direcciones, y ello, a causa de que esta cúspide está formada por un enorme montón de piedras grandes y filosas asomadas por encima de las copas de los pinos. No se busque para los ojos regocijo igual al que se disfruta desde este picacho. Se abisma el espíritu cuando lo pisamos, ante la obra avasalladora de Dios que se despliega ante la mirada atónita. Los labios enmudecen. Palpita enloquecido el corazón. Cuerpo y alma comparten el obligado éxtasis. A nuestros pies, una pared vertical de cientos de metros de altura se pierde en el distante pajón que engalana la hamaca que separa las dos eminencias. Pisamos sobre piedras sueltas que solo un milagro sostiene, y nos parece que en cualquier momento podrían precipitarse con nosotros hacia la hondura. Admiración y miedo, unidos en una sola vivencia, nos producen la emoción más rara, más profunda, más inolvidable de toda la vida.

La eminencia occidental es del todo diferente. Es una gigantesca media naranja cubierta por un hermoso y sonoro pinar. Desde todas las distancias, produce la sensación de seguridad, firmeza, paz. Una vez en la cima, apenas podemos adivinar el contenido del horizonte, porque nos rodean los pinos. La parte culminante nos se levanta a más de un metro de altura de la superficie, formada por unas rocas planas, muy grandes y firmemente asentadas. Si nos deslizamos hacia los lados de la semiesfera gozaremos de vistas deliciosas. Hacia el sur, y en dirección a la Medianía, están las rocas más hermosas de la República. No pidamos a la pluma la descripción de ese parque de piedras, que el idioma sólo nos provee de palabras que son muy pálidas al cortejarlas con tan rutilante cuadro. Mirando hacia el noroeste y hundido a la distancia, el valle de Bao aparece como un cofrecito de muñecas rodeado de altas montañas. El norte está vedado a nuestros ojos por un verde telón de pinos. Si bajamos unos metros hacia el este, descubrimos, entre el temblor de las agujas de los pinos, la empinada y larga silueta del enorme gajo que sostiene la cima oriental.

Nuestro Congreso nacional, en 1936 dio la ley No. 1164 que en su Artículo lo dice así:

“Se consagra con el nombre de ‘PICO TRUJILLO’ la cumbre más alta de la montaña ‘La Pelona’, en la común de San José de las Matas, que tiene una elevación de 3,175 metros”.

En el Art. 2o consigna lo siguiente:


“Se conserva con el nombre de ‘La Pelona’ el pico que en la misma montaña tiene una elevación de 3,168 metros”.

Posteriormente nuestro Congreso Nacional promulgó otra ley en que se cambió el nombre de Pico Trujillo por el de Pico Duarte.

La mencionada ley nos dice que una de las dos cumbres sobrepasa a la otra en 7 metros. Mas, cuál es ésa: ¿la oriental o la occidental? La ley no lo especifica.

Cuando realizamos la ascensión de 1944 auspiciada por la casa de Manuel de Js. Taváres Sucs. Nos esperaba en la cumbre de la cima oriental el Dr. Canela, el geógrafo y alpinista de mayor alcurnia que hemos tenido. Y para todos ese era el Pico Trujillo, hoy Pico Duarte. Si ha sucedido de ese modo, nos atrevemos a razonar que se debe a la existencia de una placa de bronce que existe en esa cima igual a las que se colocaron en casi todos los picos de la República para fines de triangulación, y debemos aclarar que en la cima occidental no existe una de esas placas. Otro motivo de valor es que el Dr. E. L. Eckman, eminente botánico sueco, así lo afirmó después de hacer esas mediciones con un altímetro de bolsillo.

Empero, han corrido los años, he visitado en varias ocasiones esas hermosas cumbres, y he llegado a la firme convicción de que la cima occidental es la más alta.

En el año de 1951, durante el mes de enero, hice una nueva excursión al Pico Duarte en compañía del Dr. Santiago Bueno, mi hijo César, Narciso Román hijo y el alpinista José Tavárez, por la bellísima ruta de Constanza-El Tetero-Valle de los Canelas-Piquito del Yaque. Cuando nos acercábamos a este último alcanzamos un firme desde el cual se tenía una espléndida vista del Pico duarte. Como estábamos al este de este pico, La Pelona quedaba detrás y a mayor distancia: sin embargo, aún estando a un nivel inferior, La Pelona aparentaba a mayor altura. Tomé una fotografía estereoscópica con la cámara perfectamente horizontal como lo atestiguaba su nivel de agua: en esa fotografía la mayor altura de La Pelona es evidente.

Inútil confesar mis ansias, desde ese momento, por llegar pronto para medir aquellas alturas, armado esta vez con un altímetro aneroide de la mejor calidad, un Naudet con certificado del Gobierno Francés. Ya en nuestro campamento en las bellas sabanas que se extiende en las faldas del Pico Duarte, iniciamos con premura la ascensión a la cima, anotando la altura a las doce del día: me acompaña el Dr. Bueno, José Taváres y mi hijo César. Descendimos rápidamente, cruzamos la hamaca que separa las dos cumbres y llegamos a la cúspide de la Pelona a las dos en punto; tomamos la altura para encontrar una diferencia de 10 metros a favor de la Pelona. Llevé también otro aneroide, un Tycos con escala en pies; hicimos la conversión y nos dio, igual que lo había hecho el Naudet con su escala en metros, una diferencia de 10 metros a favor de la Pelona.

Regresamos al campamento a las 3:30 de la tarde para encontrar que, la altura de ese sitio tomada en aquel momento, era la misma indicada por los altímetros a las once de la mañana antes de escalar los picos; la presión, pues, no había variado en ese lapso de cuatro horas y media. Para los prácticos que nos acompañaban no fue una sorpresa la indicación de los aneroides: para ellos, La Pelona siempre ha sido considerada más alta.

En enero de 1952 realicé una nueva excursión al Pico Duarte, esta vez por la vía Los Montones-Rincón de Piedras-Rancho al Medio-El Tambor-La Medianía-El Macuto-La Pelona, en compañía del Dr. Bueno. Llegamos a la cima de La Pelona a las 12 del día y tomamos la altura con el Naudet. Llegamos luego a la sabana que está en las faldas del Pico Duarte, hicimos el campamento y anotamos la altura a las dos de la tarde. A las 4 pisábamos la cima del Pico Duarte para ver comprobadas las cifras del ano anterior: La Pelona sobrepasaba en 10 metros a la cumbre oriental. Cuando regresamos al campamento la altura no había variado. A la mañana siguiente repetimos las mediciones: permanecían inalteradas.

Espero realizar una próxima excursión a esos picos para repetir las lecturas altimétricas. Si mi aneroide hablara, de seguro que me diría con un dejo de aburrimiento:
—Amigo Frico. Ud. es tan incrédulo como testarudo.

El Padre Carlos, párroco de San José de las Matas, hizo una piadosa peregrinación al entonces Pico Trujillo, acompañado de un gran número de feligreses, con el doble propósito de oficiar una misa y fijar una cruz en la cima del pico. Pues bien, al hacer las mediciones de altura, encontró una diferencia en favor de la Pelona. Alguien me dijo que ante las cifras indicadas, el Padre Carlos pensó que su altímetro se había dañado. Como ha sido costumbre de los alpinistas llamar Pico Duarte a la eminencia oriental, y como es tan grande la convicción que despierta la costumbre en nuestro espíritu, el alma piadosa del Padre Carlos no creyó…ni viendo.

          De seguro alguien me hará estas dos preguntas:

— ¿Por qué el Dr. Eckman obtuvo esas mediciones diferentes a las comprobadas por mi?, y
— ¿Son exactas esas cifras de 3,175 y 3,168 metros que consigna la ley No.1164 correspondientes a las obtenidas por el Dr. Eckman?[1]

La constatación no cabe en este artículo cuyo objeto no ha sido establecer discusiones ni hacer desmentidos irrespetuosos.

Es tarea importante del Instituto Geográfico tomar esas mediciones por trabajos de nivelación de cúspide a cúspide para obtener la solución de este interesante problema geográfico.

(1951, 1952)


[1] Ver mediciones actuales de las altitudes del Pico Duarte y la Pelona