Anécdotas II

Ramón Arturo Guerrero

Publicado en acento.com.do – 25 de enero de 2015 – 12:12 am

https://acento.com.do/2015/opinion/8215930-el-profesor-marcano-pone-en-practica-su-guia-para-casos-de-terremoto-1971/   (Enlace muerto)

Ramón Arturo Guerrero (Agrónomo y periodista)

El profesor Marcano pone en práctica su guía para casos de terremoto, 1971

Eugenio De Jesús Marcano Fondeur (1923-2003) fue nuestro profesor más querido y con el que logramos la mayor compenetración. Nos enseñó a conocer y amar la botánica, base de nuestra carrera la agronomía. Nos trataba con solicitud paternal.

Uno de los consejos que nos dio desde el principio, y que de seguro muy pocos pudieron seguir, fue el de que nos acostumbráramos a dejar las preocupaciones en la puerta del aula antes de entrar a clases.

Cuando nos impartió la asignatura “Botánica General”, en el segundo semestre de 1970, tenía 47 años, por lo que podría haber sido padre de cualquiera de nosotros, ninguno de los cuales llegaba entonces a 25 años de edad.

Nadie se perdía sus clases, porque no eran solo sobre botánica. Y eso que, teóricamente, cualquiera que alcanzara un aprovechamiento de 50% aprobaba la asignatura.

El profesor Marcano no registraba la asistencia (10%), otorgaba la nota de práctica completa a todos aquellos que asistieran, o sea, no daba examen ni ponía tareas (lo que significaba 30%), de manera que cualquiera que sacara 50% (30 de 100) en los exámenes pasaba la asignatura.

Entre las leyendas heredadas de las promociones anteriores a la nuestra estaba la de que los estudiantes descubrieron una vez que Marcano ponía en los cuestionarios de selección múltiple la mitad de las preguntas para ser respondidas Falso y la Mitad verdadero, de modo que quien respondiera falso a todas o verdadero a todas garantizaba 50%; pues bien, dizque el bondadoso profesor se dio cuenta de que los muchachos abusaban de esa norma suya y cambió el método.

Otra leyenda que nos transmitieron era la de que el día que tocaban los exámenes de taxonomía (Botánica Sistemática),  por la mañana casi de madrugada Marcano salía de su casa en el frondoso ensanche Ozama, acompañado de su esposa, a recoger los especímenes que iba a poner para identificación.

Esta información le daba la ventaja a quien la tuviera porque valía muchos puntos y, en el examen final, era casi la clave de pasar la difícil asignatura. El profesor se dio cuenta de que lo seguían, y algo debe haber hecho para frustrar a quienes trataban de hacerle trampa.

El profesor Marcano, quien contaba la geología entre sus intereses científicos, nos había explicado qué hacer en caso de terremoto para salvar la vida.

Nos decía que tan pronto sintiéramos el temblor tratáramos de colocarnos bajo el dintel de una puerta, uno de los sitios que se consideraban más seguros.

Nadie se imaginaba que tendríamos la oportunidad de ver esta recomendación ser puesta a prueba. El 11 de junio de 1971 a las 7:00 de la mañana comenzó la primera prueba parcial de Botánica Sistemática.

La mayoría habíamos terminado la parte teórica y Marcano se disponía a distribuir los especímenes (hojas, tallos, flores o frutos) para la parte más dura, que era la identificación especies.

Cuando extrajo las primeras muestras, todos nuestros ojos expectantes enfocados en el fatídico saco contentivo de las muestras, mi amigo Marcelo Bueno Carpio, sentado más adelante en diagonal directo a mí, me lanzó un gesto de aprobación indicando que sabía de qué planta se trataba. Yo también la había reconocido al instante, asegurando por lo tanto una buena calificación.

Fue ese el preciso instante en que la tierra comenzó a temblar. El antiguo edificio, como puede observar después, se mecía como una mata de plátano estremecida por el viento en Vicente Noble o el Cruce de Guayacanes.

El profesor Marcano se colocó rápidamente debajo del dintel de la puerta, a dos metros de su escritorio. Yo me quedé inmóvil, mientras la mayoría escapaba del aula.

Sentado en el último pupitre del enorme salón, pensé que no era necesario huir, pues de todos modos moriría antes de alcanzar la primera planta y salir desde el tercer piso de la vieja edificación de concreto armado.

Pero, ¡qué va!, el instinto de supervivencia me hizo echar a correr y alcancé la planta baja, pudiendo ver que el edificio, originalmente diseñado en 1942 como laboratorio de medicina (por eso su código LM), ciertamente era a prueba de sismos pues se le abrieron unas grietas que separaban sus diferentes secciones, pero no se derrumbó ni nada de eso.

Al parecer el profesor Marcano no siguió sus recomendaciones al pie de la letra ya que, aunque en principio se paró debajo del dintel, cuando pasé no recuerdo haberlo visto. ¿Hacia dónde cogería? Quizá siguió los lineamientos de una segunda parte, indicativa de qué hacer en caso de que el sismo se prolongara. Y el temblor fue bastante fuerte.

El Caribe del 12 de junio reseñaba en su primera página: “La ocurrencia en la capital de un sismo de 6.5 grados a las 7:30 de la mañana de ayer produjo leves daños a algunas edificaciones, así como también una extendida alarma y preocupación entre la gente”.

Dotado de un fino sentido del humor, el profesor Marcano bromeaba sin reírse. Cada vez que estudiábamos alguna planta de las que se usan en la medicina popular, en brebajes y baños para la buena suerte, brujerías y cosas así, nos decía: “Apunten ahí (en el folleto) que ustedes no saben si podrían llegar a vivir de eso”.

Petiveriaalliacea (anamú), Eugenia ligustrina (arraiján), Coleusamboinicus (orégano poleo), Sicana odorífera (pepino angolo), Ruta chalepensis (ruda), el rompe saragüey, etc. nos las recomendaba como si fueran cereales, tubérculos, leguminosas u otras plantas de importancia económica, en serio y en broma.

Al profesor Marcano, por mi parte, le agradezco haberme indicado las especies que debía ensayar para mi tesis pionera Estudio de la abonadura verde en un suelo de sabana de la República Dominicana.

Igual que la mayoría de sus incontables alumnos yo pasaba de vez en cuando a saludarlo en su bunker situado debajo de la facultad de Medicina, donde trabajó casi hasta su muerte rodeado de sus preciadas colecciones de plantas, insectos, arañas, minerales y fósiles.

La última vez que lo vi en su bunker fue a comienzos de 2000, luego de yo retornar tras varios años en el extranjero. Le dije, en broma, que me sorprendía de verlo vivo ya que acababa de leer que la calle donde nos encontrábamos llevaba su nombre. Como no me distinguía entre sus legiones de alumnos le recordé “el día del temblor”. Me recordó y recordó aquel suceso. Ya se aproximaba a los 77 años, pero estaba lúcido.

Marcano era muy humanitario y entre sus preocupaciones estaba el bienestar de la gente y de la colectividad. Siempre nos advertía sobre el desacierto de sembrar en las calles y parques plantas venenosas, como la javilla extranjera (Aleurites cordata). Eso lo llevó a investigar y publicar una obra única en el país: Plantas venenosas de la República Dominicana, libro que debiera reeditarse.

No se explicaba que el país tuviera como árbol nacional a la caoba, que crece en numerosos países, cuando, en cambio debiéramos adoptar como flor y como árbol especies endémicas, que las hay muchas.




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